La noche

Nati Dubicki
4 min readJul 18, 2021

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Los colores pierden saturación, las sombras crecen, las líneas se desdibujan, el espacio se transforma. Todo es lo mismo pero nada es igual. ¿Qué tiene la noche que está tan romantizada? ¿Por qué esconde tanta magia detrás? ¿Por qué le dedican tantos versos los poetas?

Retrocediendo a un pasado que hoy parece lejano, me veo ahí, en medio de una multitud desconocida, con luces de colores lamiendo todo a su paso. No sé que canción suena, pero seguramente alguna así como “I Follow Rivers” o “We Found Love”. Juego ambivalente entre el anonimato de la oscuridad y el protagonismo en el que me pongo, entre el baile, el glitter y el labial violeta. Un amigo se acerca y me dice gritando sobre la música “¿No amas ser parte de esta generación?”. Y pienso que sí, que tuvimos suerte.

Me veo en otra multitud diferente, bajo un cielo negro y limpio. La gente salta alrededor, estoy viendo a artistas que admiro. Me emociono — siempre hay un momento en el que me emociono. Es un instante secreto, casi privado — . El calor del pecho se me sube a los ojos y los humedece, los aprieto para evitar derrames. Y ahí con los ojos cerrados dejo que la gente me empuje mientras canto despacito “se enamoró de la vida todos los días, todas las noches”, o “mi amor, dame un recuerdo esta noche”.

Me alejo de la música, de los amigos y de la fiesta. Estoy caminando por la Yrigoyen, una de las calles más bonitas de Córdoba. Es bastante ancha, de varios carriles, y está siempre iluminada. Desemboca en ambos extremos en puntos importantes de la ciudad: un shopping instalado en un edificio antiguo y una plaza-rotonda que conecta parques, museos y todas las calles importantes de la zona. A lo largo hay otras construcciones históricas iluminadas por luces de diferentes colores. Atraso el momento de tomarme un taxi porque me gusta la ciudad de noche y aún más si la camino. Me gusta cómo todos estos paisajes conocidos se bañan de un tipo diferente de belleza. No mejor, sólo diferente. Cualquier persona que pase caminando a esa hora parece cómplice de algo que sucede en ese instante. Pasamos a una distancia prudente unos de otros. “Ey, hola, no soy un peligro, cuidate, disfrutala”, repetimos mentalmente.

Esta porción de las 24 horas del día también se suele asociar al amor, a la lujuria — a la perversión, dirían algunas viejas mientras se persignan — . Miles de canciones se han escrito al respecto. Además pienso en esas charlas interminables, en las que casi sin querer brota la más profunda y abierta sinceridad. El hecho es que con la noche también cae cierto aura de misterio, de intimidad, como si trajera con ella un permiso, un contrato de silencio, un acuerdo de neutralidad, un paréntesis en nuestros muros levantados.

Veo las horas viendo videoclips o películas entre risas, pasando latas de cerveza, respirando el vapor de un tecito caliente, con los pies en la pileta o envueltos entre frazadas al lado de un calefactor. Jugando a las cartas o algún juego de mesa. O bailando ¿por qué no? Corremos los muebles del living y parece que no podría existir una pista más digna. Nos reunimos cuando oscurece porque creemos que los recuerdos nocturnos importan de una manera distinta, porque tenemos que hacer de nuestras vidas algo memorable, porque nos queremos y porque deseamos compartirnos de esta manera, porque es lo que hace abrazar nuestra juventud, porque queremos celebrar nuestra amistad.

La noche también da lugar a la soledad.

Quizás es el momento que elegimos para llorar sin que nadie nos vea, para mirar al techo pensando en todo lo que no pensamos en el día. Cuando se desacelera la maquinaria aparece la nostalgia, la preocupación, la angustia. Los recuerdos parecen más filosos mientras el optimismo de la tarde se va desvaneciendo, como si sólo hubiera sido un espejismo. El vacío de actividades deja lugar a cosas que muchas veces no queremos dejar entrar.

Pero la soledad no siempre es triste. ¿No es acaso la noche también refugio de artistas? Me veo escribiendo frente a la computadora o algún cuaderno, agarrando la guitarra suavecito para no despertar a nadie. Anoto ideas, veo películas, leo, escucho ese disco que tanto me gusta. Cuando hace calor, me gusta sacar la reposera y mirar al cielo por un rato. Pospongo el momento de acostarme porque ahora estoy conmigo y estoy sola, porque me gusta mi compañía, porque escucharme me importa.

Si observo los últimos meses no me sorprendería descubrir que estas últimas noches son las que predominaron. Suspiro y lo acepto. No sólo porque todavía tengo la capacidad de disfrutarlas y valorarlas como necesarias, sino porque aún no muere la esperanza.

Y la esperanza, aunque a veces suene a aferrarse a una ilusión volátil, es mejor motor de lo que parece. Volverán esas noches, perdidos entre un mar de gente, abrazando amigos, besando desconocidos, caminando por la calle sin importar la hora, compartiendo vasos y momentos, escuchando en vivo a esa banda que tanto nos gusta. Volverán y les haremos espacio. Mientras tanto, seguiremos dedicándoles nuestros versos.

Julio 2021

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