A los que fueron VI

Nati Dubicki
2 min readApr 7, 2021

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Te dedicaste a lamer las heridas que no me habías hecho vos.

Cómplice es la palabra adecuada, porque nos comprendimos desde el primer momento y creamos un lenguaje y una mecánica que sólo nosotros podíamos entender.

Vernos me gustaba. Vernos desde afuera, con ojos de espectador. Éramos como dos personajes que encajan perfectamente en una línea narrativa. Yo necesitaba compañía, y nos la hicimos mutuamente.

Vernos desde adentro era distinto. En algunos sentidos éramos como dos polos opuestos que se atraían desesperadamente, así como también nos atraía la tensión, la pelea, el enfrentamiento de nuestros egos. Pero al final, los imanes están hechos del mismo material, igual que nosotros.

Obstinada y aún sabiendo que no íbamos al mismo lugar, quise seguir yendo juntos. Sé que en parte fue porque vi en vos eso que no le querías mostrar al resto, esa parte vulnerable que te hacía un poco más real. Me conformé con saber que tenía la posibilidad de verte de verdad e ignoré las banderas rojas, porque quería seguir haciéndole caso al magnetismo de nuestras pieles. Hice oídos sordos a mis propios reclamos, avisándome que ya poco le quedaba a todo esto.

Y entonces llegó la guerra.

Como un filo cortando en seco y con una falsa tregua, nos dimos la mano y nos dejamos ir, como si realmente quisiéramos dejarnos ir. Pero las lastimaduras frescas y el orgullo firme hacen una combinación que suele ser más fuerte que cualquier otra cosa. Así sin más desaparecimos de nuestras vidas.

Todavía recuerdo el magnetismo y decido olvidar las banderas rojas, como si no fueran dos caras de la misma moneda peleándose por decidir de qué lado caer. Acepté ambas como si no supiera que puedo hacerlo mejor, como si no supiera que volver a buscar ese fuego a la larga sólo lograría quemarnos.

Así que acá te guardo de rehén, dejándote salir a pasear cuando mi nostalgia me lo pide, sin saber si estoy esperando más batallas o un tratado de paz para poder al fin dejarte libre.

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